DUBLIN: ENTRE LA HISTORIA Y LA CERVEZA
Pocos lugares en Europa con tanto encanto y que contagien tanto las ganas de vivir como Dublín. Una ciudad siempre alegre y tranquila, en permanente alianza con la música tradicional y moderna, cuya falta de iconos monumentales es una ventaja más y en la que la amabilidad de sus habitantes supera los clichés.
Esto es Dublín. El corazón de Irlanda. La indiscutible e indisputada capital de la Isla Esmeralda. Capital también del mítico reino medieval de Leinster. Es actualmente y durante los últimos mil años, la mayor y más cosmopolita población irlandesa. Por un lado, es la vanguardia cultural de país, siempre varios pasos por delante del resto, pero por otro es sin duda la cúspide y resumen de la propia esencia irlandesa.
Es decir, Dublín se aleja y diferencia claramente de la Irlanda profunda, religiosa y rural, y nos aparece orientada hacia la modernidad más absoluta y las tendencias más actuales europeas, en campos como la moda o la música. Sin embargo, Dublín es también el pico del iceberg de todo lo que nos espera en Irlanda: el crisol de culturas célticas, católicas y protestantes que se ven reflejadas en la bandera nacional y que conforman la identidad de una maravillosa isla con siglos y siglos de magnífica y turbulenta historia. Quizás haya que echar previamente un breve vistazo a ella para poder comprender la esencia de Dublín.
Un poco de Historia
Dublín fue creada por los vikingos en el año 841 como centro de comercio de esclavos sobre un paraje llamado por los celtas irlandeses “laguna negra” (Dubh Linn). Pero poco o muy poco queda de ella, al margen de algunas ruinas en la zona antigua. Lo cierto es que la expansión de la ciudad y su capitalidad de Irlanda le vinieron siempre concedida por los pueblos que la conquistaron. Los normandos ingleses fueron los primeros en hacer de la ciudad su base para la conquista de la isla, y a partir de ahí la monarquía siempre consideró a Dublín como la cabeza de puente para la subyugación del país. El castillo de Dublín vino a simbolizar el implacable poder británico en Irlanda, y la ciudad, su condado y parte de los territorios colindantes pasaron a ser llamados The Pale. Esta zona se convirtió desde el siglo XV en el único área de la isla controlada totalmente por la Corona inglesa, y para acentuar ese status y proteger la ciudad se construyó una fortificación que rodeaba la ciudad y las áreas colindantes (The Pale significa “La empalizada”).
Fue desde Dublín desde donde innumerables expediciones de castigo contra la población nativa céltica y católica de toda la isla se organizaron y partieron. Con el paso del tiempo, el resto de los irlandeses les llegaría a llamar a los dublineses y habitantes de zonas limítrofes a la capital “Jackeens”, una palabra irlandesa que podríamos traducir libremente como “inglesillos” por la filiación de la mayoría de sus habitantes a favor de los británicos, cada vez más presentes y dominantes en toda la isla.
Sí. Los dublineses estaban orgullosos de su capitalidad, de su status de metrópoli. En el siglo XIX llegó a ser la segunda ciudad más importante del imperio, tras Londres. Pero, y aquí viene lo más extraordinario. A pesar del rol de la ciudad, nunca dejó der ser una ciudad irlandesa, nunca llegó a ser una ciudad totalmente británica. Durante los turbulentos años de los movimientos nacionalistas y guerras de independencia, Dublín, la ciudad símbolo del poder de la corona inglesa, se alineó con el pueblo irlandés, con los desposeídos por la Hambruna de la patata de 1848, que mató o desplazó a casi un tercio de la población total de Irlanda; acusó a los terratenientes británicos que habían cometido desmanes contra la población nativa, rural y católica en su mayoría, y fue la ciudad natal de muchos revolucionarios pro irlandeses que demandaban autogobierno y que lucharon por los derechos del pueblo llano de los condados agrícolas, a pesar de ser ellos mismos protestantes y urbanitas.
La mayoría de ellos acabó mal, encarcelados o pagando con su vida, y muchos de sus nombres los portan ahora con tristeza las calles de Dublín. Pero su causa sí terminaría triunfando en 1922, con la primera piedra de lo que finalmente acabaría siendo poco después la actual República de Irlanda. Restos de su historia se pueden encontrar por doquier en la ciudad.
Estás leyendo: Dublín. Una ciudad siempre alegre y tranquila.
Enhorabuena al redactor, estoy de acuedo en todo!!